martes, 19 de marzo de 2019

André Breton

Es allí donde hace años pretendí que se buscara la belleza nueva, la belleza "considerada exclusivamente con fines pasionales”. Allá, en lo más profundo del crisol humano, en esa región paradójica donde la fusión de dos seres que realmente se han elegido, restituye a todas las cosas los colores perdidos del tiempo de los antiguos soles, y donde, no obstante, también la soledad causa estragos por una de esas fantasías de la naturaleza, pues alrededor de los cráteres de Alaska hace que la nieve permanezca debajo de la ceniza.

Confieso sin la menor confusión, mi profunda insensibilidad ante la presencia de espectáculos naturales y obras de arte que no me provocan repentinamente un problema físico caracterizado por la sensación de un relámpago de viento en las sienes, susceptible de ocasionar un verdadero escalofrío.

Jamás pude impedirme establecer una relación entre esta sensación y aquella del placer erótico, y sólo descubro entre ellas diferencias de grado.

Aunque no logre jamás agotar por el análisis los elementos constitutivos de ese problema (en efecto, él debe sacar partido de mis más profundas represiones) por lo que yo sé de eso, me asegura que allí sólo reina la sexualidad.

Ni qué decir que en esas condiciones, la emoción muy especial de la que se trata, puede surgir para mí en el momento más imprevisto y estar provocada por algo o por alguien que en el conjunto no me resulta particularmente querido.

Se trata manifiestamente de este tipo de emoción y no de otra, insisto en el hecho de que es imposible equivocarse; verdaderamente es como sí me hubiera perdido, y de repente alguien viniera a darme noticias acerca de mí mismo.

La belleza convulsiva será erótico-velada, explosivo-fija, mágico-circunstancial, o no será

André Breton
Amor loco
(L'amour fou, 1937)
Foto animada

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