Todo lo espero de las palabras. En su fiesta impalpable partiré a la conquista de las puertas. La palabra vacilante como rata ataviada de secretos. Y cuando las puertas se abren, la palabra inicial hunde su punta de cobre en la aventura del acercamiento.
Entonces estallan las disputas. La palabra reveladora sumerge su cuerpo resplandeciente en la oscuridad de la voz perdida. Ola rezagada que arrastra su agonía hasta la playa desierta. La palabra es inútil. La agonía es inútil.
En el desorden de las palabras las manos como intrusas se deslizan hasta la desnudez del instante. Predicadoras de nieve restablecen la calma en el mundo de los tesoros perdidos en los naufragios. Predicadoras que no quieren ser comprendidas.
El lenguaje es mi caracol privado. Allí oculto mi antigua marcha vertical porque he perdido mi verdadera morada. Me sobrepasa el coloquio entre el día y la noche y de pronto no sé de qué oscura estirpe provenimos los hombres.
Amantes de fuego, predicadores de nieve, los reflejos me preceden, las sombras me siguen. En ese largo camino en pos de las palabras me descubro habitante del sobresalto y del desorden.
Pero sobre todo bebedor. Bebo mi propia voz y navego contra la corriente porque no me resigno a alejarme de mí mismo. Costoso equipaje de la identificación. Estoy frente al espejo como un cansancio de agua que se prolonga.
Qué fiesta de las palabras para la última noche del condenado. El ruido intolerable de las señales que corroen las explicaciones. El silencio de los acusadores y la feroz potencia de las palabras que nadie se atreve a pronunciar.
Ya estoy al nivel de las palabras submarinas. No es necesario explicar nada. Los significados mezclan sus inacabables tentáculos. Los exploradores de la confusión se sumergen en vano. Palabra fosforescente, alimento habitual de los crepúsculos.
Y los hombres se ciegan. Resplandor de la virginidad del verbo donde los templos se comunican su clamor de soledad. Los labios resecos inician en los portales la creación de Dios. Ardid de los nombres. Pero ni una sola palabra descifra la condición humana.
Sombra de un socorro. Me salvas del aniquilamiento. El viento atraviesa una casa deshabitada y descubre el silencio. Venido de todas partes el viento recorre mi soledad y recoge ese silencio que no quiere morir. Y así arrastra un exacto rumor que temblará en la voz de los desconocidos. Así arrastra el rumor de todos los hombres. Y el silencio andará por el mundo transformado en la fuente íntima de los secretos.
Aldo Pellegrini
Construcción de la destrucción
Eds. A partir de cero
Buenos Aires 1957
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