Casi oponiéndose a la filosofía invisible de las bibliotecas, la mochila de un lector, más que dejar en evidencia sus grandes intereses o acaso sus deudas históricas, revela las obsesiones de turno: la novela a medio terminar, el conjunto de ensayos que desde hace semanas tiene un marcador en la página 159, o esos libros de poesía que resultan ideales para leer camino al trabajo porque pesan muy poco.
Y por más que intenten lo contrario, en una mochila nunca encontrarán grandes reflexiones ni frases para el bronce porque los libros no están ahí para ventilarlos sino para robarle horas al día. Para matar el tedio. Lo único que se puede hacer en un viaje, a fin de cuentas, es leer e intentar dormir.
La mochila, por lo mismo, es un mundo a medias, alejado de la academia y las corbatas. Podría apostar a que si los libros tuvieran memoria, sus días más felices serían los que pasaron ahí dentro, moviéndose de un lugar a otro, a medio leer, rompiendo la rutina soporífera que los deja muy quietos y exhibiendo su lomo en un estante.
Gonzalo Maier
MATERIAL RODANTE
Ed. Minúscula
Y por más que intenten lo contrario, en una mochila nunca encontrarán grandes reflexiones ni frases para el bronce porque los libros no están ahí para ventilarlos sino para robarle horas al día. Para matar el tedio. Lo único que se puede hacer en un viaje, a fin de cuentas, es leer e intentar dormir.
La mochila, por lo mismo, es un mundo a medias, alejado de la academia y las corbatas. Podría apostar a que si los libros tuvieran memoria, sus días más felices serían los que pasaron ahí dentro, moviéndose de un lugar a otro, a medio leer, rompiendo la rutina soporífera que los deja muy quietos y exhibiendo su lomo en un estante.
Gonzalo Maier
MATERIAL RODANTE
Ed. Minúscula
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