Camus LA CAIDA - 4 GRITO DE LA CONCIENCIA EN FORMA DE CARCAJADA CONTRA LA IMPOSTURA... Me sentía invadido por un vasto sentimiento de poder y, cómo diría yo, de plenitud, que dilataba mi corazón. Me erguí, y cuando iba a encender un cigarrillo, el cigarrillo de la satisfacción, en aquel mismo momento, detrás de mí estalló una carcajada.
Me di la vuelta bruscamente, sorprendido: no había nadie. Me acerqué a la barandilla: ni gabarras, ni barcazas. Me volví hacia la isla y de nuevo escuché la risa a mis espaldas, un poco más lejos, como si bajara con el río. Permanecí allí inmóvil.
La risa fue menguando, pero aún pude escucharla claramente detrás de mí, procedente de ninguna parte, si no era de las aguas. Y al mismo tiempo pude oír los precipitados latidos de mi corazón. Quiero que me comprenda usted bien, aquella risa no tenía nada de misterioso; era una risa sana, natural, casi amistosa, las cosas en su sitio. Además, al poco rato ya no pude oír nada. Volví a los muelles.
...
Aquella noche de noviembre, dos o tres años antes de la noche en que creí escuchar risas a mi espalda, crucé a la orilla izquierda y llegué a mi domicilio por el Pont Royal. Había pasado una hora desde la medianoche, caía una lluvia fina, una llovizna más bien, que dispersaba a los escasos transeúntes. Acababa de separarme de una amiga que sin duda ya dormía.
Me sentía feliz con aquel paseo, un poco abotargado, tranquilo de cuerpo, irrigado por una sangre suave como la lluvia que caía. En el puente pasé por detrás de una sombra inclinada sobre el pretil que parecía contemplar el río. De más cerca advertí que se trataba de una mujer joven y delgada que vestía de negro. Entre los cabellos oscuros y el cuello del abrigo solamente se veía su nuca, fresca y mojada, y fui sensible a ella.
Pero proseguí mi camino después de una breve duda. Al otro extremo del puente, seguí por los muelles en dirección a Saint-Michel, donde vivía. Había recorrido ya unos cincuenta metros aproximadamente cuando oí el ruido de un cuerpo que cae al agua y que a pesar de la distancia me pareció formidable en el silencio nocturno.
Me detuve en seco pero sin darme la vuelta. Casi al momento oí un grito que se repitió varias veces, bajaba también con la corriente del río y cesó de repente. En la noche súbitamente petrificada, el silencio que siguió me pareció interminable. Quise correr y no pude moverme.
Temblaba, creo que de frío y de crispación. Me dije que tenía que apresurarme y sentí que una debilidad irresistible me invadía el cuerpo. He olvidado lo que pensé entonces. «Demasiado tarde, demasiado lejos...» o algo por el estilo. Seguí escuchando, inmóvil. Después, me alejé con pasos cortos, bajo la lluvia. No avisé a nadie.
Albert Camus
LA CAÍDA
Traducción Manuel de Lope
Alianza Editorial 2015
La historia tras la que el hombre se oculta y que es como dolorosamente hueca y ficticia, tiene ahí su pizca de verdad, su terminación conmovedora. Algo vive aquí.
Eso es real, nos atrae a lo real, sabemos que alguien podría estar allí, yendo y viniendo, observando la claridad que forman en el cielo las alas de palomas todavía ausentes (que quizás son gaviotas), profeta irrisorio que reclama el juicio sobre sí y sobre los demás, a fin de que el juicio lo agarre y lo fije.
Esperanza vana. Sólo necesita huir, y servir de soporte a ese gran movimiento de fuga que arrastra a cada uno sin enterarse nadie, pero del que ha tomado conciencia, del que es la conciencia amarga, ávida, a veces casi alegre, un poco ebria.
Maurice Blanchot,
La amistad,
(capítulo XXII
La caída: la huida)
Trad. J. A. Doval Liz
Ed. Trotta, 2007
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