LA CAÍDA - 3 ARTIFICIO/ESPONTANEIDAD (Blanchot:) Los creyentes dirán de Clamence (protagonista de la novela de Camus) no hace otra cosa que huir de Dios, de igual forma que los humanistas dirán que no hace otra cosa sino huir de los hombres. Cada uno se estará expresando así en su propio lenguaje de huida. Hay en el libro una página singular. Evocando su vida de hombre satisfecho de sí, el narrador nos dice, para sorpresa nuestra:
(LA CAÍDA de Camus:) En efecto, mi querido caballero, ¿qué otra cosa era el Edén sino eso: la vida en directo? Así era la mía. Jamás he necesitado aprender a vivir. En ese aspecto, ya lo sabía todo al nacer. Hay gente cuyo problema reside en protegerse de los hombres, o al menos en arreglárselas con ellos. En lo que a mí se refiere, el arreglo estaba hecho. Siempre me hallaba a gusto, cordial cuando era necesario, silencioso si era preciso, capaz de desenvoltura tanto como de gravedad. Grande era por ello mi popularidad e incontables mis éxitos sociales.
Era agraciado de porte, era a la vez infatigable bailarín y erudito discreto, llegaba a amar simultáneamente a las mujeres y a la justicia, lo que no es fácil; practicaba los deportes y las bellas artes, y en fin aquí me detengo, para no hacerme sospechoso de complacencia a ojos suyos. Pero le ruego que imagine a un hombre en lo mejor de su vida, con perfecta salud, generosamente dotado, tan hábil en los ejercicios del cuerpo como en los de la inteligencia, ni pobre ni rico, de buen dormir y profundamente satisfecho de sí mismo sin mostrarlo de ningún modo, salvo por una feliz sociabilidad.
Admitirá entonces que le hable, con toda modestia, del éxito de una vida. Sí, pocos seres han sido más naturales que yo. Mi sintonía con la vida era total; me adhería a lo que la vida era, de arriba abajo, sin rechazar ninguna de sus ironías, ni su grandeza ni sus servidumbres. En particular la carne, la materia, lo físico en una palabra, que desconcierta y desanima a tantos hombres en el amor o en la soledad, a mí me otorgaba, sin esclavizarme, mansas alegrías. Yo estaba hecho para tener un cuerpo.
De ahí aquella armonía, aquel relajado dominio de mí que la gente notaba y que a veces me confesaban que les ayudaba a vivir. Se solicitaba por ello mi compañía. Por ejemplo, creían a menudo haberme conocido antes. La vida, sus criaturas y sus dones, salían a mi encuentro; yo aceptaba su homenaje con un orgullo benevolente. En verdad, a fuerza de ser hombre, con tanta plenitud y sencillez, me sentía un tanto superhombre.
(sigue Blanchot:) Confidencia extraña pues el hombre que habla o, al menos, el personaje que representa para hablar es un hombre de vanidad y de amor propio, muy ajeno a toda espontaneidad natural, y la manera misma con que se confía sin confiarse, con un movimiento de ironía y de astucia, aumenta más la impresión de afección o de artificio que su carácter quiere darnos.
¿Cómo podríamos creer que haya estado nunca de acuerdo con la vida? ¿O bien hay que pensar que el hombre enmascarado se desenmascara aquí? ¿Es que traicionaría a algún otro?
No quisiera sugerir que Albert Camus se acordó de repente de sí mismo, del hombre natural que tuvo la dicha de ser y que habría dejado de ser porque un hombre que escribe debe, ante todo, como Edipo, tener "un ojo de más quizá".
Es como si el hombre afectado, amargo y muy de evasivas de LA CAÍDA se abriera a otro hombre y a otra vida que evoca como el alba pagana del mundo.
La caída no sería, pues, más que la desconfianza con respecto a la felicidad, la necesidad de ser no sólo feliz, sino estar justificado de serlo.
Maurice Blanchot,
La amistad,
(capítulo XXII
La caída: la huida)
Trad. J. A. Doval Liz
Ed. Trotta, 2007
Albert Camus
LA CAÍDA
Traducción Manuel de Lope
Alianza Editorial 2015
¿NECESITAMOS SER NATURALES, ESPONTÁNEOS ("DE ACUERDO CON LA VIDA"), PARA SER FELICES?
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