LA CAÍDA - y 5 (HABLAR, DUALIDAD, COMPAÑERO) «Yo era el último de los últimos». Entonces, imperceptiblemente, paso en mi discurso del «yo» al «nosotros». Cuando llego al «esto es lo que somos», la suerte está echada, ya puedo cantarles sus cuatro verdades.
Soy como ellos, por supuesto, estamos en la misma sopa. Sin embargo yo tengo una superioridad, la de saberlo, lo cual me otorga el derecho a hablar.
Estoy seguro de que usted comprende la ventaja. Cuanto más me acuso, más derecho tengo a juzgarle. Más aún, le desafío a que se juzgue a sí mismo, lo cual me alivia otro tanto.
¡Ah, querido amigo! Somos unas extrañas y miserables criaturas, y por poco que reflexionáramos sobre nuestras vidas, no faltarían las ocasiones de asombrarnos y de escandalizarnos a nosotros mismos. Inténtelo. Puede estar usted seguro de que escucharé su propia confesión con un gran sentimiento de fraternidad.
¡No se ría! Sí; es usted un cliente difícil, lo sentí a primera vista. Pero acabará por hacerlo, es inevitable. Los demás, en su mayoría, son más sentimentales que inteligentes; enseguida se desorientan. Con los inteligentes hay que emplear más tiempo. Basta con explicarles el método a fondo. No lo olvidan, reflexionan. Un día u otro, mitad por juego, mitad por desesperación, confiesan.
Usted no solamente tiene aspecto de ser inteligente, sino que también parece bastante curtido. Confiese sin embargo que hoy se siente menos satisfecho de sí que hace cinco días. A partir de ahora esperaré a que vuelva o a que me escriba. ¡Porque estoy seguro de que volverá! Encontrará que no habré cambiado. ¿Por qué habría de cambiar si he encontrado la felicidad en lo que me conviene?
He aceptado la duplicidad en lugar de lamentarla. Por el contrario, me he instalado en ella y he encontrado el confort que tanto había buscado durante toda mi vida. En el fondo he cometido un error al decirle que lo esencial era evitar ser juzgado. Lo esencial es poder permitírselo todo, aunque haya que reconocer de vez en cuando a grandes voces la propia ignominia. Todo eso me lo puedo permitir de nuevo, y ahora sin risas.
No he cambiado de vida, continúo amándome y utilizando a los demás. Sólo que la confesión de mis faltas me permite volver a empezar con mayor ligereza y disfrutar dos veces, primero de mi naturaleza y después de un encantador arrepentimiento.
Albert Camus
LA CAÍDA
Traducción Manuel de Lope
Alianza Editorial 2015
Hablar es esencial. Es el ruido de la caída, la verdad de ese movimiento de error que ella tiene por objeto hacer oír y perpetuar, revelándolo sin traicionarlo. Antes que el monólogo de un hombre que huye del mundo, la consideración mentirosa, la falsa virtud, la felicidad sin dicha, oigo aquí el monólogo de la caída tal como podríamos presentirla, sin pudiéramos por un momento hacer callar el parloteo de la vida estable en la que por necesidad nos mantenemos.
El personaje que habla tomaría de buena gana la forma de demonio. Lo que murmura ásperamente detrás de nosotros es el espacio en el que somos invitado a reconocer que desde siempre caemos, sin interrupción, sin nosotros saberlo.
Todo debe caer, y todo lo que cae debe arrastrar en la caída, con un crecimiento indefinido, todo lo que pretende permanecer. En ciertos momentos, nos damos cuenta de que la caída sobrepasa con mucho nuestra medida y que hemos de caer de alguna forma maś de lo que nosotros somos capaces de ello.
Entonces puede comenzar el vértigo, por el que nos desdoblamos, convirtiéndonos para nosotros mismos, en compañeros de nuestra caída.
Pero a veces tenemos la suerte de encontrar junto a nosotros un verdadero compañero con el que charlamos eternamente de esta caída eterna, y nuestro discurso se convierte en el abismo modesto en que también caemo irónicamente.
Maurice Blanchot,
La amistad,
(capítulo XXII
La caída: la huida)
Trad. J. A. Doval Liz
Ed. Trotta, 2007
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